Hijas de Ruvén y Ana

La exposición “Hijas del Agua” se ha robado el protagonismo en muchas salas de exposición a lo largo del país. Desde comienzos del 2021 ha estado expuesta en distintos lugares, entre estos el Museo Nacional en Bogotá, el Museo de la Tertulia en Cali y el centro de Cooperación Española en Cartagena. En ella, el fotógrafo Ruvén Afanador y la artista Ana González trabajan en conjunto para presentar una serie de fotografías intervenidas cuyos protagonistas son miembros de 26 distintas comunidades indígenas. La exposición se presenta como “un homenaje a las comunidades indígenas ancestrales que han habitado Colombia por cientos y miles de años con lo natural y lo místico de sus cosmogonías”. Lo cierto es que esta es todo menos un homenaje y la representación que en ella se da del indígena es simplista y colonial. Callar frente a un abuso de este tipo rayaría con la complicidad.  

La exposición consiste, como ya se ha mencionado, en fotografías intervenidas de miembros de comunidades indígenas. Las intervenciones buscan resaltar, la diversidad de las comunidades y sus tradiciones. Para hacerlo, la artista interviene las caras de los indígenas con palmeras, pájaros, fragmentos de mapas, otros animales salvajes, o simplemente patrones y dibujos. Sin embargo, las ilustraciones están hechas sin mayor justificación, de manera simplista y atrevida. En ellas se busca encarnar una y otra vez la noción de lo exótico. Se exotiza al indígena de una manera paternalista y violenta. Incluso, como si fuera poco intervenir las caras y cuerpos de los indígenas con elementos que muestran cuan exóticos pueden llegar a ser, hay una imagen de un paisaje que es intervenida con dragones. Sí, DRAGONES. Claro, pues como se está apelando al exotismo del indígena, no estará de menos incluir a un dragón en uno de sus paisajes. Estas imágenes de ninguna manera le otorgan poder de agencia al Otro representado; ellas buscan hablar por él. Y lo hacen de una manera reduccionista y racista.

El conversatorio de los artistas en el marco del Hay Festival, al cual recurrí con el fin de buscar respuestas a mi indignación, solo confirma el simplismo detrás de la producción de la obra.  Desde el comienzo se evidencia la supremacía y el paternalismo con el cual se aproximan los artistas a las comunidades. El conversatorio comienza con un video que muestra el proceso de producción de la obra: en él aparece el helicóptero en el que viajaron los artistas con un Ave María de fondo que evoca (y no hay que hacer un análisis profundo para sentirlo) la noción del salvador. Han llegado los salvadores blancos a retratar a los salvajes.  Asimismo, adjetivos como “hermosos” y “bellos” fueron los únicos que emplearon los artistas para describir a los retratados. Describieron los encuentros como “momentos mágicos”.  Se refirieron a los pueblos indígenas y sus habitantes en un tono de tal romantización que caía en la exotización  y el paternalismo. Los artistas hablaron de estos individuos desde una perspectiva totalmente externa; crearon una distancia entre ellos y los retratados. Ni una vez se refirieron a ellos de tal modo que se rescatara su agencia ni autonomía.  Incluso, en un momento Ruvén hace énfasis en la importancia de escuchar a estos individuos, pero no por lo que dicen (pues no se les entiende), sino por la belleza de sus tonos. Si eso no es simplismo e idealización, no sé qué lo será. Les importa la forma y no el contenido.  Ni una vez hablaron de las comunidades sin ponerse a ellos en el medio. Los protagonistas acá fueron ellos dos, Ruvén y Ana, nunca los retratados. Se convirtieron, de alguna manera, en los padres de los representados en sus obras. Los convirtieron en sus hijos, los privaron de su autonomía y su derecho a ser retratados de manera digna. En la exposición, los individuos de las imágenes no son los hijos del agua, son los hijos de Ruvén y de Ana. Y ellos son los padres salvadores que vienen a rescatarlos del olvido.  

Para moverse en el mundo del arte e ignorar las más recientes discusiones en cuanto a la representación del otro y sus posibles efectos hay que tener que estar haciendo un esfuerzo grande. La representación no es un asunto menor. A partir de ella se crean imaginarios que pueden llegar a ser violentos. Es increíble que se de una exposición de este tipo en pleno siglo XXI, en medio de un contexto en el que las discusiones de descolonización de los imaginarios son protagonistas. Se ha corrido la voz de que la exposición es bella y las imágenes “conmovedoras” y se ha abordado a la exposición con poca mirada crítica. Duele creer que instituciones dedicadas a la representación del país y de su diversidad, como lo es el Museo Nacional, le abran los espacios a una exposición de este tipo. De verdad, ¿Estos son los imaginarios que adoptamos como nación en cuanto al reconocimiento del “otro”? Es verdaderamente triste y preocupante que esta sea la manera en que se este representando al indígena y que nadie diga NADA.