Premio Nacional de Antiperiodismo: Pombo, Alcalá et al

El pasado martes en la entrega en Bogotá del Premio Nacional de Periodismo hubo dos categorías que se obviaron: “Mejor Editor” y “Mejor entrevista de radio cultural”.

En la primera categoría el ganador indiscutible sería Roberto Pombo, editor del periódico El Tiempo. En la segunda el premio se lo llevarían, de lejos, Mario Alcalá y Rafaél Rojas de Cinema W, de W Radio, por su entrevista a Rubén Mendoza, director de la película La sociedad del semáforo; y recibiría una mención de honor el equipo de apoyo de Caracol Radio, liderado por Gustavo Gómez y Cesar Augusto Londoño.

1. Mejor Editor

El trabajo de Pombo, posiblemente titulado Batalla de tigre y burro amarrado, se destacó por el increíble desdén del editor ante las cuatro cartas que le cursó el arquitecto Willy Drews donde reclamaba por “la incompetencia y la mediocridad” mostrada una y otra vez en la columna semanal de Grandes Pensadores de la Ciudad. Drews, en una de las misivas, le decía a Pombo que “si revisas la columna en mención, compartirás conmigo un sentimiento de vergüenza. En mi caso, ajena”. En otra carta mostraba cómo, a partir de los continuos errores y omisiones, el periódico “genera desinformación y va produciendo una falsa historia de nuestra arquitectura”.

A este clamor del veterano arquitecto se sumaron otros arquitectos entre ellos Felipe González-Pacheco, Eduardo Angulo con advertencias y correcciones similares y Carlos Morales con un agudo símil donde mostraba que si esos “errores notables” e “inexactitudes” se presentaran en un artículo sobre el periodismo, el gremio de los comunicadores protestaría en legión: “haría manifiesta su molestia y su sorpresa ante la ignorancia y falta de rigor profesional de quien la escribe”.

Drews, luego de su cuarta y última misiva, resignado e impotente ante la displicencia del periódico y algo molesto por la descortesía que mostró Pombo al no darle trámite a ninguna de sus cartas, describió su pelea contra ese coloso, ese “fantasma de la desinformación”, diciendo que se trataba de una “batalla de tigre y burro amarrado” y terminaba su lacónica comunicación con un “Cordial saludo”, firmado “El Burro Amarrado”.

Gracias al lobby de la Sociedad Colombiana de Arquitectos se logró una reunión con Pombo que dio muestras de una magnanimidad  ampulosa para recibir las críticas y una disposición algo aletargada para enmendar los errores cometidos; además se establecieron unas pautas de supervisión para que, dada “la incompetencia y la mediocridad” mostrada por el periódico, no sea El Tiempo mismo quien se tome el tiempo para escribir lo que “debes saber” sobre la “historia de nuestra arquitectura”.

Después de la reunión la presidenta de la sociedad colombiana de arquitectos, sección Bogotá y Cundinamarca, Ximena Samper, comunicó —además de comunicar que tiene una redacción muy pobre— que: “Agradecemos a el periódico su apertura y deberemos buscar esta y otras maneras donde desde la arquitectura podamos ser parte de la noticia cotidiana y positiva, con la exactitud y rigurosidad que lógicamente debe ser, ellos están totalmente abiertos a ello.” Willy Drews, por su parte, prefirió en aras de una connivencia muy rola, dejar al tigre como tigre y al burro como burro y terminó su quinta y última carta pública sobre este episodio con una empastelada moraleja: “Como en las fábulas de Esopo y en las películas de Disney, al final el tigre y el burro amarrado se dieron la mano. Y colorín colorado.”

¿A quién le cabe duda de que estamos ante un editor de categoría, digno del premio a mejor editor: Roberto Pombo, editor periódico El Tiempo?  Que la calidad de los lectores esté tan por encima de la del editor de un periódico sólo tiene una explicación: al editor, y a sus editores delegados, El Tiempo no les da tiempo ni para leer; quizá el nuevo diseño del periódico, tipo blog, los tiene un poco atolondrados. O tal vez El Tiempo no sea ya un periódico para leer sino para hojear: poco importa la horizontalidad de la lectura, mucho importa la transversalidad de la mirada, esto es garantía para los anunciantes de que su publicidad será vista; el resto, el contenido, por ejemplo, la columna Grandes Pensadores de la Ciudad, es sólo una sección de texto que evita que los anuncios queden todos pegados y apelmazados sin respiro. En otras palabras, se crea una sección de arquitectura para poner anuncios de los edificios y urbanizaciones propios de la “arquitortura” colombiana, y para darle glamour a la publicidad que por proximidad queda emparentada con una supuesta “experticia” editorial. El periódico construye sus contenidos se manera tan precaria que basta una mirada atenta para verlos como lo que son: material de relleno sobre el que se construye no una casa sino un palacete editorial que se lucra a costa del maltrato a un bien público: la información.

2. Mejor entrevista de radio cultural

El trabajo de los periodistas Alcalá, Rojas et al se tituló La sociedad del micrófono. La entrevista de los dos periodistas se caracterizó por no dejar hablar al entrevistado y por arropar el mediocre desempeño de su labor bajo la solemne banalidad de creerse unos profesionales del entretenimiento.

Alcalá asumió que por pagar los “$11.000 que me costó la boleta” se podía atribuir el rol de cliente insatisfecho que representa a un conjunto informe de espectadores perplejos ante este “cine de autor”  que también “pagaron por ver esa película”. Rojas le pedía al director que le explicara porqué la película carecía de “introducción, nudo y desenlace”, además de exigir un final perfecto donde todo, como en ciertas películas, cuadra (o se descuadra siendo el caso del semáforo y al final todos quedarían contentos con el «happy ending»).

A lo largo del programa se vio como ninguno de los dos periodistas investigó o tuvo interés por cómo había sido hecha la película, su peculiar casting, o sobre las vicisitudes del rodaje, por ejemplo el video hecho para obtener fondos en el exterior: “A quarter gringo!, Fuking’ frienchies we need money”. En cuanto a la película los dos integrantes de La sociedad del micrófono fueron insensibles ante algunos de los aciertos de La sociedad del semáforo; por ejemplo, fueron incapaces de valorar la caracterización del personaje principal, un marginal que oscila entre la nobleza y la malparidez, entre la sapiencia y la viveza, entre el vicio y la lucidez, entre el retraimiento y la acción, un retrato amoral de un desplazado que cumple con lo que promete la sinopsis de la película: “Raúl Tréllez, dios del mugre, el único, el irreparable, un reciclador enajenado por la terquedad, la libertad absoluta y los caramelos, está empeñado en lograr con sus pocos conocimientos e improvisados dispositivos, que la duración de la luz roja del semáforo pueda ser controlada por él, el tiempo que quiera, para poder montar actos más largos entre malabaristas, lisiados y vendedores ambulantes y otros habitantes de un cruce de calles. En medio del delirio y la fantasía, el halo circense que recubre sus vidas se va convirtiendo en una sinfonía al desespero, a la desesperanza y a la anarquía.”

Al final de la emisión de Cinema W los dos opinadores le deseaban a Mendoza “éxito con su película” y “buena suerte”, un gag que dada la torpeza de la entrevista, o de la autoentrevista, era más un amaneramiento que fluctuaba entre lo cínico y lo culposo. “Hipocresía rola jarta” la llamó Mendoza en uno de esos minúsculos instantes en los que se le pudo oír tras la “tiranía del micrófono” de los dos entrevistadores que nunca le permitieron a su entrevistado hablar sin interrupción sin callarlo intempestivamente una y otra vez. Por increíble que parezca, al final de su letanía amonestadora estos dos “chupas” culturales, llegaron a decir en coro y a los alaridos a su invitado: “mejor dedíquese a otra cosa”.

Días después el equipo de apoyo de Caracol Radio, liderado por Gustavo GómezCesar Augusto Londoño, hizo mofa del rifirafe entre los supuestos entrevistadores y su entrevistado en un segmento que titularon Boxeo Cultural Fílmico: Polémica radial alrededor de la película «La sociedad del semáforo», protagonizan los expertos Mario Alcalá y Rafael Rojas con el realizador Rubén Mendoza . Se lo tomaron de forma tan deportiva que Gómez eufórico, cual recreacionista, dijo que este tipo de encuentro podía ser incluido como modalidad dentro de los “juegos panamericanos”, Londoño ripostó que daba para ser “juegos especiales», Gómez asimiló el chiste flojo con un silencio cómplice (ambos comentaristas al parecer asocian arte y cultura con retraso mental, ¿sufrirán de retraso intelectual?).

El chispazo de la puesta en escena sonora de los opinadores de Caracol pasó muy pronto de lo risible a lo patético cuando los periodistas acojonados e incapaces de juzgar la torpeza de sus colegas periodistas, o de hacer periodismo sobre el periodismo, inclinaron tanto la balanza de su mofa que revelaron su objetivo: proteger al “experto” “Marito” Alcalá. Al final Londoño cantó un empate de los jueces pero le dio la victoria a Alcalá, se congració con él porque también había pagado la boleta y como no colmó sus expectativas, con toda la “objetividad” de que fue capaz dijo que se perdió una “gran oportunidad de hacer una muy buena película”, y concluyó con insufrible elocuencia: “Mendoza quedó noqueado”.

Es claro que entre periodistas no se pisan los micrófonos y resulta diciente que en la jerga usada por la manguala de la sociedad del micrófono alias “Marito” corresponda a Mario Alcalá. “Marito” trabajó por un tiempo como cargamicrófonos de ese otro pequeño gigante llamado “Julito”, a quien parece querer emular a toda costa, poco importa si se lleva al periodismo (y a la cultura) por delante. Es tanto el arribismo mimético de Alcalá, su afán por ser el avatar de Julio Sánchez Cristo —o al menos de Gómez—, su necesidad desaforada de camuflar con una voz culta la medianía y ramplonería de su sapiencia, que su foto de perfil en Facebook es una autoironía involuntaria: en ella posa delante del cliché más grande del cine: el Premio Oscar. Cómo le serviría un Premio Nacional de Periodismo a este supuesto crítico arrastrado hasta el fondo de la cloaca de la cultura radial.

En la emisión de Boxeo Cultural Fílmico los opinadores de Caracol hacían mención al grupo de Facebook Pedimos que Mario Alcalá se disculpe con la Sociedad del Semáforo pero no daban muchos detalles, omitían decir que esta iniciativa contó con más de doscientos integrantes, muchos comentarios y un moderador atento que borraba los apuntes desmedidos… Aun así la cuenta fue cerrada. Al respecto Alcalá, en su página, decía a los cuatro vientos y en mayúscula que “en ese mismo grupo se me AMENAZA DE MUERTE”; una generalización falaz, un comentario cobarde, tal vez fue él quien denunció al grupo o el que se autoamenazó para pasar de victimario a víctima y así camuflar la estrellada que se pegó en su gula de estrellato; una astucia nada extraña en Alcalá que sí se disculpó en su siguiente programa de Cinema W, pero con los oyentes y los directivos de la emisora —al menos de forma tácita— y de nuevo ignoró olímpicamente al entrevistado.

En todo caso la Mención de Honor al equipo de apoyo de Caracol Radio no borra de la memoria esa ocasión de epifanía —rara en periodismo— cuando hace unos años Cesar Augusto Londoño tuvo un ataque de sinceridad y arrojo con el asesinato de Jaime Garzón y despidió la emisión así: “Y hasta aquí los deportes… país de mierda”. Pero esa es la misma sinceridad que ahora, tarado por la endogamia periodística, él y sus colegas no le reconocen a La sociedad del semáforo y a sus personajes (tan similares al Heriberto de la Calle de Garzón).

Cabría decir “felicitaciones a los ganadores y resignación al grupo de perdedores (cada uno de los lectores y oyentes de estos campeones de la prensa)”, y sin embargo en el fondo no queda más que estar agradecidos: con estos episodios el público fue espectador en primera fila de la soterrada lucha de egos y poderes en la que se pierde la generosidad y el altruismo imparcial que debería caracterizar a todos aquellos que se dedican a la «más bella profesión del mundo«.



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